Por otra parte y siguiendo con las medidas implementadas, pasemos al ámbito cultural. Sabiendo de la influencia de las ideas de la ilustración y liberalismo, que habían cruzado el Océano y se habían instalado en esta clase dirigente del Partido del Orden, no nos llama la atención que se intentó secularizar la vida intelectual y cultural, desde la necesidad de someterla al control del Estado.
Con relación a esta necesidad es que a principios de agosto de 1821 se funda la Universidad de Buenos Aires, recién instalados los dos Ministros en el gobierno. Se designó como Rector de la misma al Presbítero Antonio Sáenz, que ya venía trabajando en la organización. Pero como serán las cosas que, luego de un pomposo y imponente comienzo, “la puesta en marcha real de la Universidad de Buenos Aires fue mucho más lenta, al punto que hacia 1824 sólo una parte reducida de ella funcionaba realmente” . El plan inicial del Rector Sáenz, para 1822, fue reducido en una proporción por razones presupuestarias. Sólo a fines de la década de 20, bajo el rectorado de Valentín Gómez, la Universidad se había puesto en marcha.
Con la supresión de los Cabildos, que tenían a su cargo la educación elemental, la enseñanza primaria quedó bajo la tutela de la Universidad de Buenos Aires a través de un departamento específico para tal tarea, el Departamento de Primeras Letras.
Otra innovación, impulsada con la supervisión de la elite intelectual, fue la transformación del Colegio de la Unión del Sur en el Colegio de Ciencias Morales. Éste fue abierto a los jóvenes de las provincias y el gobierno establecía seis becas para cada una de ellas, pero destinadas a los hijos de los ciudadanos beneméritos. También la Biblioteca Pública, fundada en los primeros años de la revolución, fue mudada a lo que comenzó a llamarse la Manzana de la Luces, según la propuesta de El Argos. Seguidamente, para fines de 1821, se fundó por iniciativa de Agüero, la Sociedad Literaria, que funcionaba en una de las salas de la Biblioteca. La misma creó el periódico El Argos de Buenos Aires, y una revista, La Abeja Argentina, relacionadas ambas con los intelectuales de la época y de carácter generalmente progubernamental.
Así, como podemos apreciar, para los primeros momentos de su función, Rivadavia procuraba “reunir en torno suyo una suerte de corte de poetas” , con Juan Cruz Varela, considerado el poeta oficial.
Con respecto a lo religioso, había muchos motivos para efectuar algunas reformas en la Iglesia y especialmente en las Órdenes. Interesaba al Estado, “más que disponer de los bienes de las Órdenes (…), someter a su control la Iglesia, una Institución que – como el Cabildo o el Consulado en otras esferas – había dispuesto hasta entonces de una gran autonomía” . Podemos ver entre líneas, que dentro de este programa de secularización de la vida cultural, se intentaba eliminar poco a poco la influencia intelectual de la Iglesia, figura amenazante para el nuevo orden.
Las Instituciones eclesiales “se desarrollaban con desorden desde que se habían separado de Roma en 1810” . La pregunta sería con desorden, ¿pero para quién? En agosto de 1821 se mandó inventariar los bienes eclesiásticos, se prohibió el ingreso de clérigos a la provincia sin autorización gubernamental, y poco tiempo después, se suprimió toda autoridad eclesial general sobre mercedarios y franciscanos. El gobierno fijó normas sobre la conducta de los frailes, expulsó a los que pernoctaban fuera de los conventos e inventarió los bienes de las distintas órdenes religiosas. También convirtió a la Recoleta en cementerio público.
Más allá del supuesto orden que se quería lograr, queda claro que a partir de estas medidas, podemos percibir una política que intenta ordenar y necesita controlar a los que podrían generar algún desorden. Hasta aquí la Iglesia tenía una autonomía bastante particular frente a las actividades y la figura del Estado.
La reacción de los hombres de la Iglesia no se hizo esperar, y hasta miembros de la Junta de Representantes presentaron dudas al proyecto. Pero a pesar de ello, el 18 de noviembre de 1822, la reforma se hizo efectiva. Entre tantas cosas, se secularizó a las órdenes monásticas, se declaró bienes del Estado a los de los conventos disueltos, se abolió el diezmo, y, podemos decir, “en compensación”, se comprometió a proveer a los gastos de la Iglesia. Las medidas que se aplicaban en el aspecto militar y eclesiástico, generaron cierto descontento en algunos de los “desplazados”. A comienzos de 1823 se dio un motín a cargo de algunos militares reformados en contra del gobierno y en nombre de la defensa de la religión. Aunque el mismo fue reprimido rápidamente, ya se comenzaba a percibir “un nuevo clima de debate público que hasta ese momento parecía estar adormilado” . A partir de aquí se dio un cambio en el espacio público porteño.
A raíz de esta medida concreta, se comienza a percibir en aumento distintos grupos que presentaban disconformidad con el nuevo gobierno. El reclamo de las Órdenes tuvo eco en estos sectores, principalmente entre los militares que sufrieron la reforma.
Con relación a esta necesidad es que a principios de agosto de 1821 se funda la Universidad de Buenos Aires, recién instalados los dos Ministros en el gobierno. Se designó como Rector de la misma al Presbítero Antonio Sáenz, que ya venía trabajando en la organización. Pero como serán las cosas que, luego de un pomposo y imponente comienzo, “la puesta en marcha real de la Universidad de Buenos Aires fue mucho más lenta, al punto que hacia 1824 sólo una parte reducida de ella funcionaba realmente” . El plan inicial del Rector Sáenz, para 1822, fue reducido en una proporción por razones presupuestarias. Sólo a fines de la década de 20, bajo el rectorado de Valentín Gómez, la Universidad se había puesto en marcha.
Con la supresión de los Cabildos, que tenían a su cargo la educación elemental, la enseñanza primaria quedó bajo la tutela de la Universidad de Buenos Aires a través de un departamento específico para tal tarea, el Departamento de Primeras Letras.
Otra innovación, impulsada con la supervisión de la elite intelectual, fue la transformación del Colegio de la Unión del Sur en el Colegio de Ciencias Morales. Éste fue abierto a los jóvenes de las provincias y el gobierno establecía seis becas para cada una de ellas, pero destinadas a los hijos de los ciudadanos beneméritos. También la Biblioteca Pública, fundada en los primeros años de la revolución, fue mudada a lo que comenzó a llamarse la Manzana de la Luces, según la propuesta de El Argos. Seguidamente, para fines de 1821, se fundó por iniciativa de Agüero, la Sociedad Literaria, que funcionaba en una de las salas de la Biblioteca. La misma creó el periódico El Argos de Buenos Aires, y una revista, La Abeja Argentina, relacionadas ambas con los intelectuales de la época y de carácter generalmente progubernamental.
Así, como podemos apreciar, para los primeros momentos de su función, Rivadavia procuraba “reunir en torno suyo una suerte de corte de poetas” , con Juan Cruz Varela, considerado el poeta oficial.
Con respecto a lo religioso, había muchos motivos para efectuar algunas reformas en la Iglesia y especialmente en las Órdenes. Interesaba al Estado, “más que disponer de los bienes de las Órdenes (…), someter a su control la Iglesia, una Institución que – como el Cabildo o el Consulado en otras esferas – había dispuesto hasta entonces de una gran autonomía” . Podemos ver entre líneas, que dentro de este programa de secularización de la vida cultural, se intentaba eliminar poco a poco la influencia intelectual de la Iglesia, figura amenazante para el nuevo orden.
Las Instituciones eclesiales “se desarrollaban con desorden desde que se habían separado de Roma en 1810” . La pregunta sería con desorden, ¿pero para quién? En agosto de 1821 se mandó inventariar los bienes eclesiásticos, se prohibió el ingreso de clérigos a la provincia sin autorización gubernamental, y poco tiempo después, se suprimió toda autoridad eclesial general sobre mercedarios y franciscanos. El gobierno fijó normas sobre la conducta de los frailes, expulsó a los que pernoctaban fuera de los conventos e inventarió los bienes de las distintas órdenes religiosas. También convirtió a la Recoleta en cementerio público.
Más allá del supuesto orden que se quería lograr, queda claro que a partir de estas medidas, podemos percibir una política que intenta ordenar y necesita controlar a los que podrían generar algún desorden. Hasta aquí la Iglesia tenía una autonomía bastante particular frente a las actividades y la figura del Estado.
La reacción de los hombres de la Iglesia no se hizo esperar, y hasta miembros de la Junta de Representantes presentaron dudas al proyecto. Pero a pesar de ello, el 18 de noviembre de 1822, la reforma se hizo efectiva. Entre tantas cosas, se secularizó a las órdenes monásticas, se declaró bienes del Estado a los de los conventos disueltos, se abolió el diezmo, y, podemos decir, “en compensación”, se comprometió a proveer a los gastos de la Iglesia. Las medidas que se aplicaban en el aspecto militar y eclesiástico, generaron cierto descontento en algunos de los “desplazados”. A comienzos de 1823 se dio un motín a cargo de algunos militares reformados en contra del gobierno y en nombre de la defensa de la religión. Aunque el mismo fue reprimido rápidamente, ya se comenzaba a percibir “un nuevo clima de debate público que hasta ese momento parecía estar adormilado” . A partir de aquí se dio un cambio en el espacio público porteño.
A raíz de esta medida concreta, se comienza a percibir en aumento distintos grupos que presentaban disconformidad con el nuevo gobierno. El reclamo de las Órdenes tuvo eco en estos sectores, principalmente entre los militares que sufrieron la reforma.
Continuará...
Bibliografía consultada en esta sección:
AAVV, Unitarios y Federales, Hyspamérica, Buenos Aires, 1987.
El Argos, Buenos Aires, abril de 1821 en Historia Visual de la Argentina, Capítulo 42 - “La Guerra contra el Brasil”, Clarín, Buenos Aires, 1998.
Historia Visual de la Argentina, Capítulo 42 - “La Guerra contra el Brasil”, Clarín, Buenos Aires, 1998.LOBATO, MIRTA, SURIANO, JUAN, “Nueva Historia Argentina”, Atlas Histórico, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1998.
TERNAVASIO, MARCELA, “Las Reformas rivadavianas en Buenos Aires y el Congreso General Constituyente (1820-1827)”, en GOLDMAN, NOEMÍ (Cdra.), “Nueva Historia Argentina”, Tomo III – Revolución, república, Confederación (1806-1852), Capítulo V, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1998.
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